El fenómeno de ir a conciertos en familia: "Cuando un día mi padre no esté, lo que recordaré son los conciertos a los que fuimos juntos"

Hace solo unos días recorrió el mundo un vídeo viral en que un hombre y una mujer eran pillados por la kiss cam de un concierto de Coldplay engañando a sus respectivas parejas. Paralelamente, en los conciertos, hay un fenómeno que sigue creciendo cada día: disfrutar de la música en directo en familia. Para evitar conflictos, mejor optar por lo segundo. Porque en medio de miles de desconocidos, ¿qué mejor que cantar con quien conoces de toda la vida?
De esto sabe mucho Bruno Gutiérrez, que se considera el mayor fan de AC/DC. Los ha visto en directo en innumerables ocasiones, la primera de ellas en el año 2000, con 17 años -la primera vez que pidió ir tenía 13, pero no le dejaron-. Fue ya en 2009 cuando su madre le insistió en ir a verlos juntos, plan al que más tarde se acabó sumando la hermana de Bruno.
Recuerda haber estado muy pendiente de ellas en aquel concierto -su hermana tenía entonces 18 años recién cumplidos-, pero lo disfrutaron como nunca. O eso creían, porque, si avanzamos hasta julio de 2025, vemos que Bruno, su madre y su hermana han vuelto al concierto de AC/DC en Madrid, y han vuelto a pasarlo en grande juntos.
«Ya han pasado 15 años, y que podamos volver a estar aquí los tres es un sentimiento precioso». Cuando vio la noticia de que AC/DC volvía a Madrid, envió un mensaje a su madre: «No me contestó, directamente vi una llamada entrante suya. Fue ella quien insistió en que fuésemos», asegura Bruno, que recuerda con mucho cariño ese día. «En el concierto me abracé a mi hermana, me abracé a mi madre... No sé, para cerrar un poco el círculo», bromea, para luego recordar cómo auparon a su madre de 66 años en un momento del show.
Uno de los recuerdos que atesora de aquel día fue el de una chica que se acercó a su madre y le comentó que la había emocionado verla con su hija. «Le dijo que ella había perdido a su madre recientemente y por eso verlas le había recordado mucho a ella, porque solían ir juntas a conciertos. Fue muy bonito», recuerda Bruno.
Nacho Córdoba, Head Promoter de la ticketera Live Nation, explica que, a pesar de que no llevan un recuento oficial de con quién asisten quienes compran sus entradas, al asistir ellos mismos a los conciertos que organizan observan que sí se ha producido un aumento general del público familiar.

Él explica que, generalmente, hay dos vertientes en esta -relativamente nueva- tendencia. Por un lado está el factor de la nostalgia, con padres que han introducido a sus hijos a grupos míticos como pueden ser Hombres G o, precisamente, AC/DC. En el otro extremo están esos «grandes eventos», como los define Córdoba, que pueden gustar más a los hijos, como pueden ser los conciertos de Taylor Swift o Aitana, por ejemplo, y a los que se suman los padres u otros familiares.
Precisamente los pasados 30 y 31 de julio, la ex triunfita Aitana dio dos mega conciertos en Madrid, en el Riyadh Air Metropolitano, tras haberse pospuesto durante dos años por diversas complicaciones. Bajo un sol de justicia y en plenas vacaciones de verano, cientos de familias merodeaban por el entorno del estadio esperando entrar.
La música en directo rejuvenece, o eso dicen, y eso parece. Carmen Pérez, de 23 años, solía ir a conciertos con su padre cuando era adolescente. El primero fue en el Stadium Tour de Justin Bieber en Cardiff en 2017. Me marcó mucho que me dejaran ir, porque no lo esperaba, y desde entonces sé lo guay que es. Hice amigas en la cola y mi padre se hizo amigo también de otros padres que había», rememora con cariño.
Ahora, casi 10 años más tarde, ha regalado a su prima Lucía, de 12 años, entradas para el concierto de Aitana en Madrid: «Para celebrar sus notas». Se desplazan desde Algeciras y las acompaña Juan, la pareja de Carmen. «La verdad es que no me he considerado adulta en ningún momento en el concierto», ríe Carmen. «Solamente cuando tengo que cogerla de la mano para que no se pierda en el metro. Pero en el propio concierto no he notado la diferencia de edad, las dos estuvimos cantando. No ha cambiado mucho la experiencia, la verdad: he disfrutado igual que hace 10 años con mi padre», asegura.
Otra de esas familias era la formada por Iñaki Reina, de 22 años, que asistía con su madre Mónica y su tía desde Pamplona. Al preguntarle por qué eligió venir con ellas, Iñaki escapa de sentimentalismos, ayudado por el vacile: «Son gente graciosa, me lo paso bien, y como encima pagan todo, pues oye... p'alante».
Su madre, sin embargo, ha perdido a sus 51 años toda necesidad de maquillar sus intenciones. «Ya mayores, los hijos ya no quieren hacer cosas contigo. Entonces si te dice: '¿Vamos a ver a Aitana?' pues vamos a ver a Aitana. A quien sea». Y zanja: «A todo el mundo le digo lo mismo: 'Yo vengo a disfrutar de mi hermana y de mi hijo. Y ya si también canta Aitana, pues súper bien».
También Vanessa asistió al concierto con su pareja y sus dos hijas, Ariadne y Adriana, de 14 y 10 años. «Me pone los pelos de punta ver cómo disfrutan y cómo lo hemos preparado», comenta con una sonrisa, mientras los cuatro traen el mismo outfit customizado para la ocasión, que incluye gafas donde pone Aitana, camisetas y pulseras -friendship bracelets- entre otros elementos. «Simplemente lo previo ya es súper emocionante», dice su madre.
A esto alude Vanessa, los rituales previos son un componente importante de la experiencia familiar en los conciertos. A esta visión se suma María Juesas, de 24 años, que suele acudir a conciertos con su padre desde que tenía unos seis años, pues él además era batería en una banda: «Casi inconscientemente, nosotros solemos tocar o cantar en casa nuestras propias covers del grupo que vayamos a ver. Con la guitarra, el piano... Antes del concierto y también después».

Y es que la unión que genera un concierto compartido va más allá del tiempo que dura la música en directo, más allá del día del evento. Puede durar meses, si se quiere. Xabier Guede, de 23 años, regaló a su madre la pasada Navidad entradas para ver juntos en directo a Dua Lipa, una de las pocas artistas que tienen en común.
En su caso, las complicaciones para conseguir entradas hicieron que no pudieran sentarse juntos, sino con unos asientos. «Estábamos hablando por WhatsApp cada vez que había un pequeño descansito, diciendo 'qué pasada ha sido esta, me ha encantado, cosas así'», recuerda. Y, de nuevo, la previa y los momentos posteriores: «Antes de entrar estábamos nerviosos los dos, y lo hablamos mientras nos tomábamos algo. Luego, al salir, bajamos todo el camino hasta el metro andando, hablando, comentándolo. Fue muy guay, como mucha conexión», termina.
«Ella se vino ese fin de semana de Galicia a Madrid, y estuvimos juntos un montón de tiempo. Siempre solemos estar también con mi padre y mi hermano, y ese momento sirvió para unirnos mucho, dio pie a hablar un montón de cosas». Además, los grupos intergeneracionales viendo la misma música en directo generan situaciones cómicas a veces, como fue su caso: «Ella estaba más recatada que yo, porque yo he ido ya a un par de conciertos más. No sabía si ponerse de pie, si aplaudir, si bailar... Y es gracioso que me dijo algo como: yo no sé lo que dice, porque canta en inglés, pero me lo he pasado genial igual».
Córdoba apunta que vivimos un momento crucial para que se puedan dar este tipo de experiencias por dos motivos principales. En primer lugar, porque toda la diversidad de música que hay y la amplificación con plataformas como Spotify conlleva que también los padres están más abiertos a escuchar todo y tengan más acceso que el que tenían los padres de generaciones anteriores a los grupos favoritos de sus hijos.
Ahora las familias viajan en coche y los hijos ponen música fácilmente con Bluetooth desde su móvil. Antes, si solo había un disco de Duncan Dhu de tu madre, era eso lo que se escucharía en bucle. Hoy, además, a los niños desde el propio colegio se les inculca más cultura musical, pasada y actual, considera Córdoba.
Por otra parte, «la música se ha convertido en la principal fuente de ocio de todo el mundo», observa. Hay una fiebre real por ver espectáculos musicales en directo y, en palabras de Córdoba, «todo el mundo quiere estar dentro y ser partícipe». «Por eso, más allá de que el grupo pueda ser más familiar o menos, la gente quiere estar. Y si tienes una familia de cuatro, dices: 'no voy a dejar a nadie en casa'». Desde la ticketera dicen notar también que ahora los padres ya no proporcionan solo acompañamiento, sino que se involucran en el concierto en sí.
Aunque, para los progenitores, el tiempo con sus hijos suele ser más que suficiente. María Juesas recuerda cuando su padre le enseñó que asistir juntos a conciertos iba de mucho más que música. «Recuerdo un concierto de Pearl Jam en Londres, porque mi padre me hizo el favor de venir conmigo, a él no le gusta mucho. Y al pobre lo que más ilusión le hacía, por no decir lo único, era ver a los Pixies de teloneros. Y justo cuando estaban tocando yo le dije: 'papá, por favor, ¿me coges una Coca-Cola del bar?', y cuando se fue tocaron su canción, Here comes your man, pero él le quitó importancia. Con cosas así me enseñó todo».
Son recuerdos que perviven, esos momentos cumbre de los que hablan los psicólogos, hitos que permanecen en la memoria para siempre. «Cuando un día mi padre no esté, lo que recordaré son los conciertos a los que fuimos juntos», dice María. «Y siempre que voy a un concierto sola o con otra persona, aunque sea un concierto de reguetón, que es lo que más detesta, yo me acuerdo de él. Porque es la persona con la que he ido a más conciertos y la que me ha inculcado esa tradición. Es con quien lo he vivido y eso no se olvida», dice, sobre la conexión que siente con él a través de la música en directo.
Y, si es por ella, esa tradición seguirá infinitamente: «Obviamente quiero ir a conciertos en el futuro con todo el mundo, con hijos, sobrinos... Quiero llevar a mi prima. No me la dejan todavía porque es muy pequeña, pero cuando crezca la voy a adoctrinar», bromea. Y es que, el que lo prueba, repite.
El mismo sentimiento tiene Bruno: «Yo no tengo hijos, pero si en el futuro viene algún sobrino o sobrina, en la medida que pueda influir para, digamos, educarlos musicalmente, lo haré. Y si el día de mañana no tienen a nadie que les acompañe a un concierto, iría con ellos, con los ojos cerrados. Sería muy especial», fantasea.
La música en directo tiene un don para calar directamente en el corazón. Compartir esto con quien más quieres y te quiere es como si el universo te guiñara un ojo. «Pienso que creas un recuerdo vinculante con la música», dice Nacho Córdoba. «Y eso conlleva que ellos también lo van a transmitir a las siguientes generaciones». María, por su parte, lo resume de forma aún más rotunda.
A veces, incluso, la música en directo tiene el poder de capturar un momento que todavía no ha pasado, o no del todo. Horas después de contarnos su historia, Bruno vuelve a contactar. «Era un secreto», dice. Pero ya se puede contar: «En el concierto, mi hermana estaba embarazada, así que realmente éramos cuatro de la familia». El legado sigue creciendo.
elmundo